La Mampara: Lucía

Prólogo

Cuando mi abuela y mi madre partieron, cada una hacia pueblos distintos llamados "muerte" y "olvido" creí que la vida en sus finales se pintaba con un color pálido, que en ambos, muerte y olvido, se torna transparente como la inexistencia.

Bastaba con cerrar la puerta y poner llave, revisar si estaba apagada la luz de la última habitación y el gas cortado, bastaba con despedirse y tomar el bus que me llevaría a la frontera del adiós basta de recuerdos.

Creía que en la última estación, los trenes se guardaban en maletas de cuero rojas y que el minuto anterior, justo aquel del respiro final estaba destinado a chequear si todo lo hallado estaba en su lugar, dispuesto el orden, tiqueando los vagones que caían vida abajo.

Cuando mi madre y mi abuela partieron, llegaron ellos.
Tras LA MAMPARA, clandestinos, no cerraron la puerta ni guardaron las llaves, de golpe encendieron las luces y aparecieron los paisajes innombrables, las estrellas y las nieves taciturnas, aparecieron mujeres pecaminosas tras los verbos y metáforas fueron la niña de mis ojos. Cada cual sentado en la silla marcada y con cierto signo en la mirada que delataba "qué se traerá entre manos", me abrieron como girasoles el diario de sus vidas. Y tras esperar que casacas grises se desmoronaran sobre la mesa, los vi a ellos vestidos de colores, conjurando espectros desde las persianas, dibujando cábalas en las paredes y repartiendo ciertos conjuros, ciertos anillos de Saturno colgados en el cuello, sombras de gato parpadeando en la vela y esa sonrisa después del poema.

Cuando mi madre y mi abuela partieron y luego mi padre, supe que no todo era silencio después de la hora de once, que las cortinas podían cerrarse a deshora, que la puerta podía sobrevivir sin cerrojo, que la luna tenía cara de foca y que el paso del tiempo nos devuelve soberbios si intentamos vivir y lo hacemos.

He aquí lo que me contaron en años de taller, he aquí papeles de sobra, he aquí el griterío de mediatarde y apúrese señorita profesora que falta leer mi poema, he aquí ellos más lejos que yo de la muerte, con la vitalidad que otorga reconocerse en el espejo y saber que más allá de los surcos están las cosechas que más allá de los ojos cansados está la mirada alerta de los años cruzando el abismo y deslizándose universo arriba, como ángeles libertinos, santos licenciosos. He aquí amigos que esperan en esta mesa literaria a que abramos la puerta y escondamos la llave, encendamos la luz de la habitación prohibida y con pañuelos que olvidaron las lágrimas, nos saludemos desde el primer asiento de este bus clandestino "qué tal, démosle con la literatura, aquí traigo mis poemas".

Manifiesto sobre la demolición de un centro cultural para todos, incluyendo a los adultos mayores

La modernidad nos avasalla. Llevábamos tres años de encuentro en el taller literario La Mampara, grupo formado por adultos mayores del sector de Av. Matta con Santa Rosa, en Santiago de Chile. Tres años en que trasladábamos el paisaje de sala en sala, ya sea porque la nuestra, palomar de versos, ventanilla al cielo, sería por la tarde consulta de dentista, taladro moliendo los huesos, o porque un inaudito ventisquero voltearía al dinosaurio a esa hora. Todo eso era cierto. Mas, no sé desde cuándo la Municipalidad otorgaba ese espacio para talleres comunitarios, canchas de baby fútbol, jardín infantil, artesanía, pintura y poesía. Poesía digo yo, porque le doy como agua al cántaro, si me dijeron que era filología en general, taller de literatura señorita profesora y párele con la poética. Pero, que se le va a hacerle, uno que es porfiá. Y fuimos creando lazos, anudando frasecitas de asombro, hilitos de pasado formando versos, fuimos tejiendo el manto para el invierno, fuimos moldeando la vasija, el poema que es la copa de la poesía, fuimos haciendo memoria de la memoria, viviendo los días para recordarlos y ¡zás! que decidieron demolerlo. Parece que fue porque los buses no cabían por donde calzaban desde hace siglos, porque había más ruedas dándose empujones, pero bueno, de pronto les urgió la anchura y… lo demolieron, lo demolieron y se fueron todos para la casa, me imagino, los niños con las manitos amarradas como trencito, para la casa; los héroes deportivos barriales, comunales, sindicales, tirándose la pelota sobre la cuneta; los pinceles y los óleos disparados por sobre los armatostes, artefactos con lenguas de fierro escupiendo la tierra que era nuestra casa. Lo demolieron. Y no sólo al Centro Cultural Carol Urzúa de la Ilustre Municipalidad de Santiago, no sólo a él. También al árbol. No sólo al árbol, también a los pájaros. No sólo a los pájaros…Y aquí viene mi historia:

Recuerdo la fotografía del grupo la Mampara, aquella en donde cada uno se colaba por las raíces al aire que sirvieron de descanso a la alegría. Esas raíces que venían a sonreír frente a la ingenuidad de quien (quien sabe hace cuántos años), lo plantó cerca de la superficie, sin sospechar su longevidad y los años que se mantendría al centro del Carol. El Carol que como el árbol raíces gruesas, sonrisa de fotografía, floreciendo de pájaros, germinando de poesía cayó de rodillas aniquilado frente al pelotón. Árbol Carol, Carol árbol.

Uno cayó antes como el advenimiento de la muerte, como una profecía vegetal, tronco añoso, pájaros huyendo despavoridos con destino incierto, volteando en las alturas cabecitas emplumadas y sosteniendo una lágrima entre las alas.

Otro cayó después, como el eco de la muerte, como el resonar pretérito, onírico del derrumbe inevitable, salas ruinas, recuerdos, talleres, esperanza de los abandonados, pájaros convalecientes, mariposas sumergidas, hojas deshojadas durmiendo sobre los escaños maldecidos. Y son los mismos pájaros expulsados del paraíso, son los mismos pájaros, los del árbol prohibido, los de la casa derrumbada, son las mismas cabecitas tenues, las mismas plumas aleteando inciertas, imprecisas, condenados a volar hacia el sol.

¿Dónde recobrar la esquina amiga? ¿Dónde el encuentro cercano sin el majadero sacrificio de doblar los tobillos en el sol y en el agua? ¿Quién dio la orden del disparo? ¿Quién derrumbó el castillo en el aire y el soplo de vida que de él emanaba? ¿Quién despidiendo los pájaros en este planeta desfaunado, desarbolizado?

¡Que retornen las avecillas a sus ramas, a sus hojas, a sus páginas arboleadas de poemas!

Que retornen a la matriz donde guardaron sus capullos, que desde el fondo de la tierra emerja el pájaro perdido, las aulas, los pasillos vegetales, las raíces asoleadas asomadas asombradas, que como cataclismo espiritual y justiciero, desenvainen los troncos y las ramas asesinadas, y entre avenidas y semáforos, avancen cientos de pájaros con sus cabecitas alegres, pacitos breves precipitados, corazoncitos latiendo de coraje, avancen a recobrar los nidos y las raíces, avancen con el poema como puñal encendido a emprender la guerra por la vida, a golpear el rostro del bandido con el más dulce verso jamás creado y desde el fantasma del árbol Carol el breve capullo nazca florecido y desde el fantasma del Carol árbol emerja la voz de los silentes pájaros silenciosos, la voz que levante las raíces del árbol amigo para fundar un nido sobre el recuerdo.

Yo les dije que era poética, la lucha.

María Alicia Pino Pozo

(Malicia Blues)

MOLUSCA GONGORINA

DE California traje un múrex espinoso, la sílice en sus púas, ataviada con humo su erizada apostura de rosa congelada, y su interior rosado de paladar ardía con una suave sombra de corola carnosa.

Mas tuve una cyprea cuyas manchas cayeron sobre su capa, ornando su terciopelo puro con círculos quemados de pólvora o pantera, y otra llevó en su lomo liso como una copa una rama de ríos tatuados en la luna.

Mas la línea espiral, no sostenida sino por aire y mar, oh escalera, scalaria delicada, oh monumento frágil de la aurora que un anillo con ópalo amasado enrolla deslizando la dulzura.

Saqué del mar, abriendo las arenas, la ostra erizada de coral sangriento, spondylus, cerrando en sus mitades la luz de su tesoro sumergido, cofre envuelto en agujas escarlatas, o nieve con espinas agresoras.

La oliva grácil recogí en la arena, húmeda caminante, pie de púrpura, alhaja humedecida en cuya forma la fruta endureció su llamarada, pulió el cristal su condición marina y ovaló la paloma su desnudo.

La caracola del tritón retuvo la distancia en la gruta del sonido y en la estructura de su cal trenzada sostiene el mar con pétalos, su cúpula.

Oh rostellaria, flor impenetrable como un signo elevado en una aguja, mínima catedral, lanza rosada, espada de la luz, pistilo de agua.

Pero en la altura de la aurora asoma el hijo de la luz, hecho de luna, el argonauta que un temblor dirige, que un trémulo contacto de la espuma amasó, navegando en una ola con su nave espiral de jazminero.

Y entonces escondida en la marea, boca ondulante de la mar morada, sus labios de titánica violeta, la tridacna cerró como un castillo, y allí su rosa colosal devora las azules estirpes que la besan: monasterio de sal, herencia inmóvil que encarceló una ola endurecida.

Pero debo nombrar, tocando apenas oh Nautilus, tu alada dinastía, la redonda ecuación en que navegas deslizando tu nave nacarada, tu espiral geornetría en que se funden, reloj del mar, el nácar y la línea, y debo hacia las islas, en el viento, irrne contigo, dios de la estructura.

Neruda

La Mampara

sábado, 28 de abril de 2007

Lucía

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