La Mampara
domingo, 20 de abril de 2008
La puerta no abre (poema ganador de la semana)
Cuento de magia:
al derecho al derecho
al cuarto deluz y misterio;
mas no abre, es reacia.
Enseñanza sabia
herencia de ancestros
lo que no da a un lado
al otro con elegancia.
Cuento de magia
insistir por si acaso
atornilla dijo el brujo
al revés es la gracia.
Gaviota, sin arrogancia
sí con tozudez y empeño:
_ A la izquierda mejor doblo
y...
¡De risas, río la estancia!
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No todo sale malo
cuando
al revés atornillamos.
María Aravena
domingo, 24 de junio de 2007
La saeta
Tarea:
Para toda La Mampara, escribir un poema de cuatro estrofas sobre el tema central de esta canción.
saludos
La señorita profesora
sábado, 16 de junio de 2007
domingo, 29 de abril de 2007
sábado, 28 de abril de 2007
miércoles, 28 de marzo de 2007
Eva Ortiz
Pablo Picasso
Destellos de vida
Voy avanzando rápido en dirección a tu casa. Quería verte, como tantas veces que fui en busca de un consejo o un consuelo. Deseaba contarte lo que me estaba sucediendo, pero de repente los recuerdos me vienen a la mente y mi andar se hace más lento. Me di cuenta que no quería llegar a tu lado y ver esa mirada indiferente de tus ojos que miran sin ver.
Quisiera poder irme detrás de esa mirada y saber dónde te fuiste y por qué quisiste dejar en vida este mundo. Porque tú, querida, te evadiste sin un aviso, nada me hizo pensar o prepararme para este momento, para este inmenso dolor que me acompaña en forma permanente. Pienso que soy egoísta, pues no sólo te alejaste de mí, también de tus seres queridos.
Escudriño tus ojos que me miran y no me ven y quisiera poder llegar al fondo de ellos para saber dónde estás en este momento, qué mundos estás recorriendo, qué mares estás navegando y creo que en el fondo de tus ojos, muy dentro, hay un destello de vida y un vestigio de tu antigua mirada, pícara y alegre.
¿Qué hizo que te fueras a ese mundo donde no conoces a nadie, donde no podemos alcanzarte? Alzhaimer, dicen los médicos; enfermedad maldita, pienso yo, que destruyó tu vida y a los que te rodean.
Pero yo me quiero quedar con la ilusión de este destello de vida en tu mirada y pensar que en ese mundo donde tú estás ahora, serás muy feliz y tendrá paz tu espíritu.
Ecos al viento
Jamás mi boca pudo pronunciar el dulce nombre de Madre. Lo gritaba al viento, a la lluvia, lo susurraba en el mar, le hablaba a la luna pensando que el eco lastimero de mis gemidos lograría llegar a ti.
En mis sueños viajaba a otros mundos, a lejanas galaxias y lograba vislumbrar por escasos segundos tu amado rostro, te veía tomada de la mano de papá, felices y sonrientes.
Me costaba volver de ese hermoso sueño, hubiese querido quedarme para siempre a tu lado.
Madre, cuánto añoré tu presencia, aún te sigo buscando, pero con la serenidad que da el tiempo transcurrido. Sé que estás siempre a mi lado, porque te llevo en mi pensamiento, y mientras eso ocurra nunca dejarás de estar conmigo, pues vas siempre unida a mi corazón.
Magda Porras
Madame Charpentier y sus hijas y Georgette
Renoir
Recordando a Melania
Éramos un grupo de siete niñas campesinas. Teníamos que estar puntualmente los días sábado a las tres de la tarde en la casona blanca de pilares rojos, tinajas de greda, de doña Melania, distinguida dama dueña del fundo Las Perdices, del pueblo de Guaicuten.
Ella nos preparaba para hacer la primera comunión ya que era una santa devota de la iglesia, alta, delgada, de cabellos muy blancos, sedosos y de ojos celestes. A pesar de tener muchas líneas cerca de ellos, se veía muy atractiva para sus setenta y cinco años. Siempre muy perfumada con colonia lavanda y su cara encremada con productos Harem que eran una de las mejores marcas de esa época. Nos besaba dejándonos la cara totalmente engrasada y nos hacía pasar al salón con olor a membrillo y a naranjas. A mí me gustaba correr las cortinas azules de terciopelo con flecos amarillos para que entrara la luz, y las tocaba una y otra vez, porque eran de una suavidad impresionante, me las colocaba en un de mis hombros simulando un vestido de fiesta, cantaba, hacía contorsiones levantando los brazos y les decía a las otras chicas que yo era una artista famosa, ellas se morían de la risa, pero la alegría duraba poco, porque la tía Melania con un solo grito de ¡cállense! nos dejaba mudas e inmediatamente nos repasaba el catecismo y los diez mandamientos que teníamos que aprenderlos en voz muy alta. Las clases duraban dos horas y muchas nos dormíamos, roncábamos en las cómodas sillas tapizadas de brocato. Ella nos despertaba con un suave tirón de mechas, con su voz estridente que parecía retumbar por todos los cielos de la casa y nos decía ¡Basta por hoy, caminen hacia el comedor que les tengo una sorpresa!
Llegamos a esa pieza donde el piso brillaba porque lo hacía lustrar con cera virgen de sus colmenas, olía a exquisita miel de abeja. La mesa era redonda de caoba, con patas de león. El mantel blanco, bordado a mano que lucía con cerezas muy rojas y hojas verdes, lo cual me daba la impresión que estaba en un huerto, me daban ganas de sacarlas y apretarlas con mis dientes para así saborearlas.
Tía Melania nos hizo esperar un rato, fue a la cocina y volvió a los diez minutos con una pesada bandeja con siete tazones humeantes de leche con chocolate que impregnó la pieza junto con el olor de membrillos y naranjas. Me gustaría encerrar todos estos perfumes en un frasco y regalarlos para Navidad.
Ella después nos trajo otra bandeja con un rico queque con pasas y nueces. ¡No queríamos más!, era una delicia y en menos de cinco minutos lo tragamos todo.
Yo pensé que algo pasaba. ¿Sería una despedida? Y adiviné, porque la estricta y bondadosa señora nos dijo que era la última clase porque se encontraba enferma y sus hijos se la llevaban a la ciudad. Nos pusimos muy tristes y empezamos a llorar, las lágrimas rodaban por nuestras mejillas y caían en los tazones como gotas de lluvia. A pesar de que la tía Melania era parca, estricta y mandona, sentíamos un gran cariño por ella y la íbamos a extrañar mucho.
Ya eran como las seis de la tarde y teníamos que retornar a casa. La despedida fue emocionante, con besos y abrazos, a la vez estábamos satisfechas porque estábamos preparadas para la primera comunión de fin de año.
Llegué a casa y el perfume a lavanda de la señora Melania lo tenía impregnado en mi pelo y en mi blusa. Así pasó mucho tiempo y seguí sintiendo ese exquisito olor a naranja, chocolate y membrillo de esa casa maravillosa que era de la perfumada catequista donde pasé momentos muy agradables en mi niñez.
Amor de madre
Fresia Colil Coñopán caminaba en el bosque chocando con arbustos y enredaderas, las que le agarraban el cuerpo. Su cabellera negra estaba cubierta de hojas y semillas, una culebra le rozó los pies descalzos, mientras que el cuchicheo de un búho la hizo temblar de miedo. Sus pasos se apresuraron y resbalaron en el barro ensuciándose su desteñido vestido. No encontraba ningún camino. En su desesperación gritaba: “¡Rosa Hualquivil, dónde estás, te necesito!” Y así continuó gritando y pareciera que la luna llena la hubiese escuchado ya que salió del cerro e iluminó todo el valle.
Llegó cansada a la ruca de la machi Rosa, donde dormía plácidamente y la despertó gritando ahora más fuerte.
_ ¿Qué quieres?, no es hora de venir, no atiendo de noche.
_ Es urgente machi Rosa, mi guagua está mal y sólo tú puedes salvarla.
_ Si es así no me queda otra cosa_ le contestó la gorda mujer estirando su gran esqueleto con los brazos en alto. Se colocó su nitrohue y trapicucha, tomó su negro chamal, llenó un pequeño saco con seleccionadas hierbas y partieron rumbo a la choza de la criatura enferma.
Por fin llegaron y la guagua no lloraba, sólo gemía y estaba ardiendo en fiebre, estaba al cuidado de una amiga, María Melinao, la cual dentro de la ruca había hecho una gran fogata donde el humo no dejaba respirar. Un tacho con agua hervía y el vapor se expandía por todos lados.
En las desgastadas murallas de barro colgaban grandes tiras de ajos, ají, cebollas; en un rincón había un saco con piñones donde un flacuchento gato jugaba con ellos. En el otro extremo un desnutrido perro negro se rascaba las orejas y la cola, encima de una cama desecha, seguramente lleno de pulgas y garrapatas.
A la María en ese momento se le ocurrió barrer y levantaba el polvo a destajo y la guagua estaba casi ahogada.
La única puerta de palos casi podridos estaba entreabierta.
Lo primero que hizo la machi fue preguntar: ¿Dónde está tu marido?
_ No lo sé, sólo supe que fue a ver un partido de chueca y seguramente se está emborrachando con chicha de manzanas; a él no le interesa el niño, porque sabe que no es suyo y no está para alimentar huachos. Eso me lo repite siempre.
_ Menos mal que no está, yo no estoy para aguantar borrachos viejos y sobre todo mañosos_ dijo la machi mientras se encaminaba hacia el niño enfermo. _ A ver niñito, lo primero que tenemos que hacer es sacarte de esta pocilga hedionda y tomaremos aire puro_ lo sacó del canasto hacia fuera y lo depositó delicadamente en el suelo, colocó en su frente rodajas de papas crudas y le hizo un brebaje con un combinado de natre, palqui y otras hierbas.
_ Lo cuidarás aquí por un buen rato y después lo regresarás a tu ruca, sin animales, sin ajos, cebollas y ajíes_ ordenó a la madre.
_ Gracias, machi, ¿cuánto le debo?
_ Solamente dos gallinas de esas que tienes.
Y así Fresia Colil se quedó acostada de espaldas a la tierra al lado de su hijo quien ya poco a poco volvió a respirar bien y la fiebre iba desapareciendo lentamente.
Al cabo de un rato sintió que llegaba su marido que gritaba:
_ ¡Dónde estás maldita con tu bastardo!, ¿por qué no tienes prendido el fuego? y qué hiciste con mis animales, sabes de más que ellos calientan mi cama, seguramente andas a la siga del padre de la cría. ¿Creís que no sé que es uno de esos que manda en la tribu?, por muy jefe que sea se las va a ver conmigo.
Mientras tanto Fresia Colil se escondía y arrastraba con su hijo a cuestas bajo las espigas de trigo.
Estaba amaneciendo y llegaron por milagro a una ruca desocupada, solamente había un jarro de greda y un par de lagartijas verdes que escaparon rápidamente. Con su chamal le hizo un colchón a su guagua la cual dormía plácidamente y partió con el jarro al arroyo a buscar agua fresca y frutos silvestres. Al regresar se quedó totalmente paralizada, su niño no estaba. Se imaginó que algún puma hambriento se lo había llevado o un par de buitres cargarían con él. Se mojó la cabeza con la helada agua del jarrón y al depositarlo en el suelo vio una pulsera de cuero, sí… ella la conocía, era de su amado Nahuel y estaba delicadamente hecha con dibujos de ciervos, él mismo se la había fabricado. Se sentó en el suelo y sonreía, la alegría no le cabía en el pecho y recordó que aquel robusto joven que conoció desde niño, le dijo que algún día buscaría a su hijo para adorarlo y hacerlo guerrero, además le tendría tres mamitas para que lo cuidaran.
Su pensamiento la llevó más lejos y recordó que su padre Ismael Colil la cambió a un amigo suyo por cinco vacas y un pedazo de terreno, el viejo se la raptó sin considerar que ella era casi una niña.
¡Pero ahora por fin estaba feliz!, sabía que su hijo estaría bien y simplemente le diría a su esposo que el niño había fallecido. Pero dentro de su dicha una gran pena la envolvió, a lo mejor no lo vería nunca más y el amor de madre y los cuidados que quería darle se fugarían para siempre.
Volvió a su hogar cabizbaja y agotada. El viejo roncaba en su estera, con los pobres y mugrientos animales y en una de sus manos portaba una correa, seguramente la esperaba para azotarla ya que lo hacía continuamente.
En silencio, Fresia Colil se recostó en su destartalada cama y tuvo un sueño espectacular: Vio a su hijo grande abrazado a su padre, era igual a él, su misma sonrisa y bellos y achinados ojos negros, lucían hermosos atuendos mapuches que cubrían con ponchos negros con adornos en zig-zag blancos, chalas de cuero y en su frente un ancho cintillo de lana tejido a telar. El padre le regalaba a su hijo las armas de guerra, como flechas o boleadoras, y lo bautizaba con el nombre de Lautaro y lo nombraba cacique. Hacían un gran machitún y las mujeres lo golpeaban suavemente con ramos de canelo. Danzaban al compás de las trutrucas y tambores, también se hacía un gran partido de chueca donde Lautaro jugaba y mostraba sus grandes cualidades deportivas, vestido ahora de chiripá. Había mucha carne asada acompañada con papas y chicha. Al terminar la fiesta, tres mujeres con sus chamales negros y hermosos trailongos se iban con su hijo y también con el padre a su inmensa ruca que estaba escondida en el cerro junto al bosque donde los copihues rojos se enredaban en las milenarias araucarias.
Fresia Colil despertó con un latigazo que le dio su viejo marido, pero en ese momento no sintió dolor alguno porque estaba totalmente concentrada en su hijo ya que en su sueño lo vio crecer, lo vio feliz con su padre, ya no le importaban sus sufrimientos, sólo le gustaría trasmitirle a su hijo por medio del viento o por los rayos del sol el amor de madre que le dio siempre, y estaba convencida de que algún día Lautaro la buscaría y la llenaría de felicidad.
martes, 27 de marzo de 2007
Silvia Valenzuela
De Sueño de Trenes
Mueren los Trenes
(Plablo Neruda)
Se quedan soñando en estaciones viejas
ebrias de olvido
sin rumbos, sin ejes, sin rieles, sin caminos.
Mudos actores del pasado
besos anhelantes perdidos bajo sus asientos
sin cantos, sin risas, sin pasajeros.
El viento descansa en los vagones
no corre, volando casas blancas
ni huyen postes atolondrados.
Mueren indefensos, crucificados
con sus vientres de acero enmohecidos
con sus ruedas detenidas
mordidas por el tiempo
hambrientas de lejanías
buscando vías nuevas
donde albergar su duelo.
Silvia
Silvia suena a silvestre
aroma fresco
a montaña
hierba agreste del camino
que nadie pisa
que nadie arranca.
Huele a tierra nativa
lirios floridos
a canto de agua.
Escucha la voz del silencio
cuando mi nombre te alcance
no prohíbas mi recuerdo
a tus noches desveladas
deja que mi nombre
te despierte en las mañanas
porque sabe a miel
en los labios
del que me ama.
Naufragio
a los ojos de los hombres
como presagios
cubiertos de alas negras.
Las aguas pasan, corren
fluyentes, como la vida
como ríos de sangre
alimentan las ideas,
libres aladas, conducente
hasta muelles borrachos
de hombres rudos
ebrios de sueños de esperanzas.
Puertos de casas blancas
tejas rojas, sol caliente
donde las uvas nacen como mieles
donde el vino
se añeja en tinajas
En las cabinas muere el calendario
desgranando historias viejas
sin lograr
atrapar el tiempo en su naufragio.
Autorretrato
Mujer, madre origen
morena como greda
como barro hecho piedra
como tierra húmeda
de lluvia trasnochada.
Con un sol en el pecho
y un remolino de ideas
en berbecho.
Escapo
de la cárcel de mi mente
navego libre, alada
en la inconciencia feroz
de las palabras
para despertar fantasmas insistentes
que se cuelan en mi cama.
Para ofrecerles versos a mis muertos,
perpetuar las canas de mi madre.
Ya no es mi risa
cascabel despertando mariposas
ni mi piel lirio florecido,
pero aún tengo manos firmes
generosas
y el amor
es siempre manantial.
Jaime Rojas
El compositor Cherubini con la musa de la poesía lírica
Jean Dominique Ingres
Último Agosto
Don Narciso frisa por los ochenta, pero bien llevados y en buena forma. Aún es ágil y con cierto vigor. Con amigos y parientes acordaron celebrar el deceso y la ida del temible agosto, tal como ocurrió el año anterior. Pidió juntarse en su casa al anochecer para partir desde allí en grupo al establecimiento. La de hoy es reunión muy importante, toda vez que se acordó formar un club cuyo estatuto y rótulo se va a fijar en esta oportunidad.
Su esposa, muy diligente ella, como buena dueña de casa, lo ayuda en su preparación. Asea, cepilla y plancha su atuendo, el viejo terno azul marino oscuro a rayas blancas. Su fiel traje que lo acompañaba en los magnos acontecimientos. Familiares habíanle insinuado la necesidad de hacer cambios en su vestuario, acorde a los tiempos. Él se oponía y perseveraba en su gastado traje, que luce orgulloso. A lo mejor esa manía de adulto en edad senil lo hace proceder de esa forma.
Lo cierto es de don Narciso siente como que la vida le pesa demasiado. Hoy, su mirada hacia los demás y de ver las cosas es distinta. Decide descansar un poco y se arrellana en su sillón predilecto. Cierra los ojos y deja vagar la mente. El letargo se apodera de él y se abandona al dulce y apacible sueño.
Sus amigos y socios que han llegado y cuyos vehículos esperan ansiosos prestos a partir, se congregan en una sala contigua en animada charla. De pronto un grito, un alarido de espanto rasga el aire y traspasa los muros como un dardo. Se precipitan al unísono al lugar del clamor. Allí yace la esposa sobre el cuerpo de don Narciso, ahogada en ronco sollozo. Tan fuertemente adherida está que en los primeros instantes no pueden sacarla. Luego, con ayuda de familiares, los presentes, no sin esfuerzo, la retiran al fin del cadáver.
Afuera, en la calle, los choferes tocan las bocinas apurando a los comensales.
Niño caminando por la calle
después de la lluvia
Día húmedo y frío. Corría un airecillo que cortaba la cara. Ni trazas que pudiera llover. Sin embargo, ya en medio del bulevard, se dejó caer el chaparrón con toda su furia. El cruel invierno suele sorprendernos y desconectarnos a la vez. Próximos a una marquesina, me refugié a su alero. El techo de cristal fue azotado violentamente por los goterones, gimiendo al fuego graneado. Todo indicaba que iba para rato. Los transeúntes esparcíanse por doquier, huyendo como acosados por alguien, para escapar de la lluvia. Sin embargo, poco a poco, fue disminuyendo y luego cesó totalmente. No sé porqué razón permanecí un tiempo más en el lugar. Eché mano a un cigarrillo y mientras fumaba displicentemente me dediqué a observar a la multitud. Prontamente la caterva, ese torbellino humano, de nuevo salía de sus cientos de escondrijos. Vendedores ambulantes, artistas callejeros, voceadores de noticias; retomaron sus respectivos puestos. De nuevo se había arremolinado gente alrededor del saltimbanqui.
Estaba a punto de marchar cuando lo vi. Al momento me llamó la atención por su cuerpecito enclenque y flacuchento, seguramente mal alimentado. Apenas si estaba cubierto por una vestimenta, más grande que su talla, pues todo el conjunto flotaba en él. Era un niño caminando por la calle después de la lluvia, tambaleante, con su ropa empapada. Seguramente que el aguacero lo sorprendió en algún espacio abierto donde no pudo guarecerse oportunamente. La escena me chocó profundamente. No cabe duda que es un niño abandonado, de los cientos que merodean por las calles. No obstante, el pequeño, como todos los niños de su edad, ingenuamente e ignorante de su situación, chapoteaba en las pozas que se habían formado, sin importarle que pudiera caer de nuevo la lluvia. No sabe en la indefensión en que se halla y los peligros que le acechan en cada esquina o en algún rincón de la gran ciudad.
Después, sigue su caminar errante por el bulevard, siempre con la mirada baja y sombría que refleja un porvenir incierto, el niño vagabundo escabullíase entre el gentío y, finalmente, no fue sino un simple detalle, un accidente más en la descolorida y gris masa humana que circulaba indiferente.
Las joyas de la señora Ernestina
El “Rucio” revisa el obituario y va registrando cuidadosamente los datos. De este modo llega a la cita funeraria. Sus pasos lo encaminan hasta la casa de doña Ernestina Sotomayor, en cuyo domicilio velan sus restos. Después de entregar las condolencias de rigor, se escabulle disimuladamente y recorre las dependencias, atento a todo lo de valor. En su inspección, escucha una conversación en otra pieza. Pone oído atento. Una voz dice: “No queda otra cosa que cumplir con la decisión póstuma de la difunta. Debe ser sepultada con sus joyas”. “No obstante _ agregó otra voz_ que, a pesar de su avanzada edad, doña Ernestina no previó para cuándo su muerte. Razón por la que deberá ser inhumada transitoriamente en sepultura de tierra”. La imaginación y el oportunismo despertaron la ambición del “Rucio”. Acelerados bullían en su cabeza una serie de acontecimientos, en los que iba a ser primer protagonista. La divina suerte, al fin, lo había tocado. Que se da una vez en la vida y esta es la suya.
A la siguiente noche, conforme a su plan y acompañado del “Laucha”, ingresaron por un boquete que hay en el muro del cementerio, oculto en forma natural por la profusión del follaje en el sitio colindante. Primero lo hizo el “Rucio”, con decisión y resuelto a todo. Lo siguió el “Laucha”, vacilante y temeroso. No es para menos, pues sufre de fobia en el campo santo. Sin embargo la expectativa del dinero fácil y rápido, terminó cediendo a los requerimientos de su compinche.
Caminaron agazapados en la oscuridad. Tras un rato buscando, al fin encuentran la tumba. El “Rucio”, previsor, echó en un bolso un par de palas y una linterna. En forma frenética empiezan a cavar la tierra húmeda. Faltando una hora para el amanecer, tocaron madera. El “Rucio” emocionado palpó el féretro. ¡Al fin el tesoro, su tesoro! ¡Con sólo levantar la tapa será de ellos definitivamente! El “Laucha”, nervioso e impaciente, se acercó, pero no pudo hacer funcionar la linterna. Por fin cuando proyectó luz, un grito de espanto salió de su garganta. Saltó hacia atrás, cual si lo arrastrara un resorte, cayendo exánime a un costado. El “Rucio”, transfigurado de miedo, reunió el poco valor que le quedaba y, poco a poco, con cautela se aproximó al cajón. Lo que descubrió allí fue un montón de huesos momificados, cuya calavera parecía mirar desconcertada a través de dos agujeros negros. Del cadáver de la señora Ernestina y de sus joyas nunca más se supo. Lleno de frustración y pavor ganó la superficie y emprendió la fuga.
Las avecillas iniciaban su gorjeo anunciando el alba.
lunes, 26 de marzo de 2007
Luz María Bórquez
Venus recreándose en el amor y la música
Tiziano di Gregorio
Sortilegio
Mi alma navega en círculos de agua
donde el tiempo teje sus historias
a la hora que rezan los relojes
la plegaria de los recuerdos.
La verdad me deja ciega
cuando explota con luces de artificios
la majestad del verbo, la palabra.
Quédome desnuda entre las hojas
tiritando en el árbol de mi origen
me entretengo en revivir mi lumbre
de solsticios que arden en mi mente.
Abro las ventanas de donde vienen las voces,
donde mis fantasmas duermen
junto al olivo que la paz me deja
imantada al arco iris de mis sueños.
Entonces siento aquí dentro del pecho
un colmenar de doradas abejas
que fabrican con mis penas
el antídoto de la muerte,
al miedo de la muerte.
Ausencia
Noche enjoyada de diamantinos brillos
cómplice de llanto contenido.
Abro sin recato las esclusas
de las aguas salobres de mi río.
Juntos sorteamos senderos escarpados
floridos valles, tormentosos ríos,
bebí el vino dulce de tus labios
atando mi vida a tu destino.
Por las noches leyéndote mis versos
acariciabas mi pelo sobre la almohada,
no osaba mirarme en el espejo reflejada
mi vejez y la piel ajada.
La luz que iluminaba mi semblante
se pagó un abril al caer el día
escucho rezar, te has dormido
mi alma se arrodilla
ante el paradigma de la vida y la muerte.
Salgo a la calle y busco en mil rostros
tu mirada franca, tus brazos fuertes
tu gesto, tu sonrisa transparente,
en ningún lugar lo encuentro.
Me refugio en mis dioses heredados
busco tu imagen en su esencia
mas la pena aflora entre mis labios
degusto el agri-dulce de tu esencia.
Rosas brotarán sobre tu cuerpo
se curvará mi espalda con los años
escribiré con hojas sueltas sin sentido
sobre un papel llamado tiempo.
Enfrento el último recodo del camino
me vuelvo a mirar lo ya andado
las palabras tienen mucho colorido
mas hoy no logran expresar mi abecedario.
De profundis
Como sucedió, no me di cuenta
serpiente agazapada bajo la hierba
artífice de imágenes espectrales
artera, el corazón me heriste.
Cuando no te esperaba apareciste
jinetes apocalípticos te escoltaban
depredadora de carnes palpitantes
intemporal, soberbia cabalgabas.
No te temo, mi lira es mi equipaje.
Te buscaré en la guerra, asilos, hospitales,
bajo la tierra donde duermen los humanos
convertidos en incienso para altares.
Me reconciliaré contigo pálida velada
me dormiré mirando las estrellas
acunando la pena que olvidaste
en un pliegue de mi solitaria almohada.
La Casa Nueva
Sentimientos encontrados agitan su pecho, no sabe si está contenta o triste.
Al fin se concreta el sueño de su vida. Ha pasado el tiempo que la llevó a unirse a la “toma” de terreno de relleno a la que se oponían las autoridades.
Recuerda esa noche, como cucarachas en la oscuridad levantaron sus viviendas entre cartones, nylon y maderas cobijaron sus pobrezas.
Dura su vida. El invierno con sus barriales, filtrándose el frío y la lluvia por las rendijas. En verano acarreando en balde el agua del grifo, resistiendo estoicamente la adversidad.
Ayer la asistente social de la “Muni” les dijo: _ “Lleven lo indispensable, los departamentos son muy funcionales.” _ “Cajas de fósforo”_ pensó Carmen. _ “Pero en cambio, _continuó la asistente_ tendrán luz eléctrica, agua potable, una escuela cercana para que envíen a sus hijos, les darán desayuno.”.
Carmen miró a su alrededor, el campamento se ve como cementerio terremoteado, faltan las voces de los niños, los gritos de las madres llamándolos y la risa de sus hombres jugando a la rayuela. ¿Cómo lo hará el Lucho para salir en las noches a recolectar cartones al centro de la ciudad con su carrito a mano?, ya que está cesante como maestro de la construcción.
Su buena vecina, la Anita, cuidaba de sus dos pequeños por las noches, ahora no sabe dónde quedó esta ubicada en los block. La angustia le aprieta la garganta. ¿Cómo pagará el subsidio, la luz, el agua, el gas?, ya que no podrá cocinar con carbón o leña en un tercer piso. Muy pobres éramos en el campamento, pero nunca faltó el “puchero”, las ollas comunes reflejaban la solidaridad.
Ha llegado el camión municipal a llevarse sus pocos enseres. Se concientisa _"No importa, apechugaré por mis chiquillos que merecen mejor suerte, en cuanto al Lucho, le pondré un parche curita, mejor tres en la “come mote” para que no salga a chupar con los amigotes, ¿quién me dice si al verlo tan re bonito se queda con nosotros en nuestra casita?”
Se aleja del campamento en el camión con su familia y sus bienes. Ana mira hacia atrás con lágrimas en los ojos y dice a su Lucho: “_ Ahora hay que mirar pa’ elante, oíste Lucho, no te hagai el de las chacras”.
sábado, 24 de marzo de 2007
Arturo Peña
Pérez Villalta
Recordando a un viejo amigo
Cada minuto que pasa por
nuestras vidas siempre existirá
el recuerdo inolvidable de
un amigo que rápidamente
el tiempo de los acacios se
llevó sin decir adiós,
al compañero de nuestras
tardes de juventud.
Hoy, en un día más
de tu ida al más allá
el esplendor eterno
de una luz que sin
decir adiós, hace brillar
la figura de un amigo
y compañero.
Tu ida no será
eterna, porque tu persona
permanecerá siempre en el
álbum de tu permanencia
entre nosotros tus amigos.
Adiós, amigo Octavio.
Diálogo con la muerte
Fue una tarde cualquiera de comienzos de la estación de Invierno. En un paisaje de la calle cercano a la casa donde vivíamos con nuestros padres. Una tarde cualquiera ocurrió algo insólito en su casa y así nos contó Don Carlos que era el dueño de casa y amigo de mis padres.
Serían casi las siete de la tarde cuando en forma imprevista sonó el timbre de casa. Don Carlos salió rápidamente para saber quién era la persona que hacía sonar el timbre varias veces. Don Carlos abrió rápidamente la puerta y en forma sorpresiva apareció un sujeto alto, bien vestido, de negro y al ver a Don Carlos le dice: “Siento molestarlo para decirle que en unos días más nos volveremos a ver, pero no aquí, sino en otro lugar, donde a usted lo van a destinar.”
Don Carlos en forma nerviosa le dijo: “¿Quién es usted que viene a decirme cosas tontas y estúpidas?, ¡Váyase de inmediato!” Y así, en forma altanera, Don Carlos le cerró la puerta sin siquiera despedirse del extraño personaje.
Este insólito hecho lo había narrado a todos sus familiares y amigos más cercanos. Todos le decían que ese era un hecho de cualquier tonto que se hizo pasar como un personaje sobrenatural, cuando el único que destina a la muerte es nuestro Señor Jesucristo. Así fueron todas las respuestas de sus familiares y amigos.
Casi todos conocíamos a Don Carlos y quedamos consternados con su narración del extraño personaje que había venido a decirle que le quedaban pocos días de vida.
Después de este insólito acontecimiento, habían transcurrido sólo cuatro días cuando Don Carlos, después de haber llegado a su casa del trabajo, intespectivamente cayó en el living de su casa, sin decirle a nadie qué le pasaba.
Rápidamente sus hijos y familiares llegaron para observar qué pasaba con Don Carlos, quien estaba en el suelo sin poder decir nada. En forma imprevista sonó otra vez el timbre de la casa, pero nadie quería salir a mirar. ¿Quién era el personaje que hacía sonar tanto el timbre?
Sólo uno de sus hijos, el menor de todos, corrió hacia la puerta, pero al abrirla, sólo vio que se alejaba de ella un personaje alto, bien vestido, sin decir nada a nadie.
Se había cumplido lo expresado por el extraño personaje que había dialogado con él para expresarle que era una persona mandada por alguien para anunciarle su muerte.
Todo se había cumplido. Don Carlos había dialogado con alguien que era la Muerte, que le anunciaba llevarlo para siempre lejos del mundo terrenal.
Niño caminando por la calle después de la lluvia
En una tarde cualquiera en pleno invierno, tuve que salir en forma urgente a comprar útiles escolares para uno de mis hijos.
Llegó el momento en que no caminaba tan rápido, ya no llovía tan intensamente, no caían gotas de agua por donde caminaba. Al atravesar una de las calles, se acercó a mi lado un pequeño jovencito o niño de unos doce años, quien mirándome fijamente me interpeló diciendo:
_ Perdone caballero, parece que los dos caminamos al mismo tiempo.
Observé que su cabeza la tenía siempre mirando al suelo y mojada por la lluvia que habíamos tenido hacía poco.
Como caminábamos casi juntos, el desconocido niño se acercó más a mi lado, diciéndome en forma rápida:
_ Señor caballero, perdone que lo moleste con mi intervención en este paisaje después de la lluvia.
Asombrado que nos había dejado de molestar, le respondí:
_ Mi estimado niñito, ¿has caminado mucho después de la lluvia? _ y en forma instantánea me respondió:
_ Caballero, perdone que lo haya molestado, pero ¿sabe por qué he estado caminando después de la lluvia?
_ No tengo idea, mi estimado niño _ le respondí. Lo miré y le dije: _ Yo creo que caminar en una época en que a veces hay mucha lluvia y mojarse aún después que esta termine no es mucha gracia.
El niño se detuvo algunos minutos en el camino y me dijo:
_ Tuve que salir de casa porque hace solamente un año y meses que mi mamita me dejó para siempre. Sufrió un fuerte ataque al corazón. Pero ella siempre me decía: “Si yo no estoy, hijito, cuídate mucho y después que caigan las aguas de las lluvias sale a caminar a cualquier parte, porque tal vez el agua que caerá junto a ti no será para mojarte sino que serán lágrimas que caen de mi corazón al no tenerte junto a mí.”
En forma nerviosa observé lo que me había contado este niño. Y reaccionando en forma rápida, traté de terminar mi conversación, pero tuve una sorpresa: Sus manos no eran las de un niño normal, sino algo extraño había conocido esa tarde. En forma rápida traté de despedirme y alejarme de este niño, pero en el mismo lugar donde estábamos, no había nadie, sólo yo permanecía parado en la esquina sin tener a nadie a mi lado.
Había desaparecido el niño de la calle después de la lluvia.
Irene Peñaloza
Edgar Degas
Niños jugando
Después de la lluvia, un frío penetrante.
Es muy agradable ver un rayo de sol,
ilumina el espacio, levanta el espíritu,
todo se ve de otro color.
Más el aroma penetrante, es todo diferente,
después de un instante.
Niños jugando contentos,
no saben qué van a hacer en el momento.
Uno más osado ve un charco de agua,
todos lo siguen.
Mete sus zapatos,
¡qué rico es mojarse!
Uno en uno se miran, hacen lo mismo.
Entre más alto el salto, más se salpican sus ropas.
Ya no importa, hay que aprovechar el instante,
es signo de alegría, ríen en coro sus voces cantarinas.
Se toman de las manos, hacen una ronda
alrededor del charco, se miran de repente,
sólo mueven sus hombros, ya no hay vuelta atrás.
Salen risas, sus rostros de manzanita de bronce.
Les sale por los poros sólo felicidad.
Oda al Viento
Andando por los campos sin rumbo,
solo con el viento,
de repente una lluvia penetrante.
Toda la naturaleza en contra,
el corazón congelado de frío, una gran pena.
Quedé en el mundo solo, sin tener un amigo, ni siquiera un perro
otra voz para parlar.
Yo no sé dónde fue a morir mi acento
tembló un instante y se perdió en el viento.
Aire, eres lo único que tengo para respirar,
eres transparente, nadie te ve, sólo te sientes,
eres mi vida, sin ti moriría.
Tú puedes penetrar en todas partes,
golpea ese ventana, esa puerta;
allá a ese, bótale el sombrero,
bota las hojas de ese árbol,
silva una canción alegre,
mejor bailemos,
así habrá un poco de consuelo,
para reírme de algo.
Mi soledad será más llevadera, liviana como el aire,
transparente, no se ve sólo se siente.
¿Será una pasajera? ¿Será una utopía?
Ojalá pase velozmente, igual al viento.
Pueblo Solitario
Al pueblo le quedan sólo sus leyendas.
Cada uno cuenta a su manera, sus historias.
Son tantas y tan variadas,
con su lenguaje, propio de la pampa.
Hay muchas almas que no se han ido.
Según ellos ayudan al viajero,
pero éste no sabe con quién está,
sólo puede darse cuenta
cuando desaparece de repente.
Ya no puede hablar,
los pelos se le erizan.
Aparece de repente, sin decir nada.
No se atreve a preguntar,
le teme a la respuesta.
Aparece en otra dimensión,
sólo se ve cielo y tierra,
se oyen aullidos de coyotes hambrientos.
La curiosidad vence,
es tarde para intentar volver.
Viaje en globo
Subir al globo imaginario
es ver otro panorama,
más la compañía de seres queridos,
una utopía muy agradable.
Husmeando el paisaje cerca del cielo
nubes de diferentes formas y colores,
caminando, conversando un lenguaje
exclusivo, indescifrable.
Ver correr el agua cristalina de los ríos,
el mar, sus diferentes tonos azulosos,
jugando con gigantes olas.
Árboles frondosos, diferentes matices
van caminando al unísono con uno.
De la nada aparece una bella dama,
vestuario vaporoso, muselina rosada.
“Vengo a saludar,
demostrar que las letras danzan
al compás de la música.
Forma castillos en el aire, medievales y modernos.
Una alegría para el corazón y riqueza para el alma.
Obvio los sentidos, zapucean de gozo.
Todo es maravilloso.”
¡Sí, lo veo, el camino es lento,
paso a paso, así es seguro.
Se llegará a lontano, sin ningún apuro.
viernes, 23 de marzo de 2007
Irma Cornejo
Poesía de America
Salvador Dalí
Isla Negra 1975
La sorprendí un día de verano
como un ladronzuelo por la espalda,
cuando apenas salido en la mañana
esbozábase el sol tras la montaña.
Y la vi silenciosa y solitaria,
despojada de tu boina y tus palabras.
En el patio, altos los pinos se mecían
como suave vaivén de su nostalgia,
mientras que de la playa el sonido
vagaba de las rocas a sus ramas.
Isla Negra;
tierra estremecida por tu ansia,
fue tu meta al caminar por otro suelo
y también su ternura fue añoranza.
La contemplé desde allí, triste en su duelo
y no puse clavel rojo en tu memoria,
solamente un puñado de palabras
extraídas del libro de tus versos
y en su cerca tras de mí
dejé una lágrima.
Junto a la Ventana
La tarde azulada
prendida en mi ventana
muriendo silenciosa
preguntó si te extraño.
Le dije a la tarde:
meciendo el recuerdo
no acuno yo su cuerpo.
Contesté sí, la extraño.
Le hablé de mi nostalgia,
de todo este vacío
que me gritan tus cosas
dejadas en los rincones
del cuarto junto al mío.
De cómo de mis brazos
la hija se me ha ido.
De cómo de tu pelo
aroma ya no aspiro.
Le hablé de otros cielos;
de gentes novedosas
donde viven los sueños,
inquietas mariposas.
Le dije: ya mi niña
lejana de mi mano
avanza poderosa
y crecen a su paso
las mieses olorosas.
Le hablé que ese camino
recorro yo en mis noches
y el alba me sorprende
bendiciendo tu nombre.
La tarde que azulada
se desprende en mi ventana
se ha ido silenciosa;
regresará mañana.
El libro de la vida
me marca un nuevo día
y allí quedan mis horas…
Miedo
El cielo tiene miedo de la noche
cuando hace dormir los barcos en los muelles,
como la muerte con su dedo amargo,
hurgando poderosa entre los sueños.
Tiene miedo que ella se eternice
de no reflejar sus soles en el agua.
Miedo que al espacio lo penetre
como araña negra en sus entrañas.
El cielo tiene miedo de la noche
Nocturno
En el rincón
donde la vela encendida
enaltece en la muralla
las figuras,
el verde tibio de los ojos
del felino
va danzando con la llama.
Amapola tardía
(Santiago, Tercer Premio “Los Héroes”)
Dicen que la Geno se murió en el trigal, allá donde rastrojeada. Que la picó la “pallu” la del traste colorado. Que la llevaron al pueblo y al hospital llegó muerta. Eso es lo que dicen.
“Nosotros la queríamos y como niños curiosos esperábamos el final de cada trilla para seguirla tras las alambradas de púas, donde ella, con su eterno pañuelo rojo en la cabeza y una canción en los labios, se doblaba a la faena de recoger una a una las espigas que la guadaña había dejado rezagadas. Nos gustaba ayudarla porque cuando no cantaba, iba narrándonos cosas. Soñábamos con el “pillán”, “la machi” y su “rewe”.
Después, desde los montículos de paja, que eran el lugar preferido de nuestros juegos, la seguíamos mirando, distinguiéndola de lejos por su pañuelo alborotado por el vientecillo que se colaba en el trigal.
_ Parece una amapola _ comentábamos _ pero una amapola tardía.”
Dicen que después de su muerte, todos los campos que ella frecuentó se llenan de flores rojas al final de cada siega, “pero nosotros que estábamos ahí cuando se la llevaron, vimos cómo su pañuelo, olvidado en una cerca, salió volando por el aire y se rompió en mil pedazos salpicando con su color las espigas.
Nosotros, quienes la recordamos cuando asoma el verano y el campo y el sol se funden en el mismo amarillo, no decimos nada, pero cada uno sabe que la Geno está en los trigales esperándonos porque las flores que se abren después que pasa la guadaña son todas ellas la Geno, nuestra amapola tardía.
Flora Quintanilla
Kazu sano
La Llave
Esta llave cincelada
que en un tiempo fue colgada
del llavero de mi abuela
en continuo repicar
Inundaba de rumores los vetustos corredores de mi hogar
Esta llave cincelada
si hoy no cierra nada
¡para qué la he de guardar!
Hoy no existe aquel ropero
el gran piano se vendió
sola en un baúl de cuero
desprendida del llavero
esta llave se quedó.
Su torcida arquitectura
es la misma del portal
de mi vieja casa oscura
que en un día de premura
fue preciso vender mal.
Me recuerda mi morada
con su reja y su portal
más si hoy abandonada
ya no cierras
ni abres nada
para qué te he de guardar.
Cobre Viejo
El trencito de trocha angosta se detuvo en una estación desierta, había sólo un hombre con gesto indolente que me dijo: “¿Desea un lugar donde alojar?, mire que por aquí son muy escasos”. “Gracias, iré caminando” respondí.
Era temprano, aún el sol estaba benigno, di una larga mirada al entorno con nostalgia del lugar, fueron tantos años recorriendo el mismo camino.
Esta pampa llena de magia que me embrujó para el resto de mi vida, era como una hembra caliente que nos muestra sus entrañas tentadoras, desarma de día nuestros cuerpos con su tórrido sol, y de noche cala nuestros huesos hasta dejarnos inertes. Pero mi pasión por ella es eterna.
Caminé lentamente rememorando mi antigua rutina. De vez en cuando chuteaba algún guijarro con mis gastados bototos, eran años de añoranza, por fin cumplía mi sueño de regresar a lo que era mío, mi juventud quedó en esas arenas ardientes, la boca de la mina era mi querencia, la miraba desde lejos y ella lascivamente se alejaba. Ni sed sentía a pesar de haber caminado tanto, mi cuerpo y mi alma se alimentaban sólo de recuerdos. La noche fue llegando, me acomodé en un hoyo que hice en la arena; a lo lejos se divisaban muchas lucecitas que parecían luciérnagas, era el siguiente poblado.
Me acurruqué sonriendo a pesar del frío, fingí estar en la taberna de Severino, un lugar bullente lleno de putas alegres y vistosas, donde el trago corre de boca en boca en medio de las carcajadas de esos hombres rudos que mataban así su soledad. Eso sentía al tener los ojos cerrados, al abrirlos veía esa luna inmensa que abraza la tierra, ella y la arena eran mi única compañía, no sé si despertaré de ese sopor que me está invadiendo, no sé si alguien reconocerá al Juanjo de antaño, ese hombre de piel reseca color cobre viejo. ¡Quizás tenga algún amigo aún en estas tierras!
Deseaba tanto hacer este viaje, mirar de nuevo este inmenso mar de arenas, tirarme de espalda de noche y contemplar ese cielo tachonado de millones de ojitos brillantes que me guiñaban como invitando a que levantara el brazo y las cojera.
Sentí que la angustia estaba tomando cuenta de mí y reaccioné, me puse de pie y levantando mis brazos como para abarcar todo el universo grité a todo pulmón: “¡Quiero vivir, quiero vivir!
Sólo la soledad me escuchó.
Insondable
Caminé por la senda oscura que conocía de memoria, la que me llevaría a la playa. Al llegar otros pescadores se preparaban, lo percibía por su conversación, sólo la claridad de la luna y el rítmico batir de los remos en el agua los identificaba en la oscuridad.
Empujé el bote, me lancé arriba con dificultad, coloqué el mástil, necesitaba mucho a mi ayudante, pero él estaba enfermo. Casi a ciegas cogí los remos, mi vista estaba fallando, la luz de la linterna no era suficiente, pero el mar insondable que tanto amo me esperaba. Me encomendé a Dios y partí.
Debía recorrer varias millas hacia el oeste para llegar al lugar en que se juntaban los cardúmenes, era una pequeña isla en medio del océano formada por rocas lineales que emergían del fondo, allí esperaba encontrar un pez grande como el día anterior.
Remé largo rato con fuerza para ganar espacio, luego me relajé, quería saborear la brisa fresca y salobre del amanecer, sentir el limpio olor natural del océano, disfrutar de esa paz que tan bien me hacía. Lentamente todo se fue iluminando con la tenue luz de un bello amanecer. La luna desapareció detrás de una cortina de nubes, la noche parecía una alfombra de terciopelo. Con la claridad podía ver mejor y distinguir dónde estaban los cardúmenes, debía tirar los sebos y estar alerta por si picaba algún grandote.
El sol tímidamente iluminó el mar, luego se afincó y sentí calor. A lo lejos otros pescadores hacían su faena. Mis manos estaban entumecidas y con algunas llagas por el esfuerzo del día anterior, cuando un dorado inmenso picó dándome un gran tirón. Le di sedal, por algún tiempo fue él quien dirigió el bote tratando de evitarlo. Disparar mi arpón. Fueron minutos excitantes hasta que logré subirlo al bote. Él aún se defendía dando grandes coletazos.
En la playa esperaba mi ayudante quien me ayudó a bajarlo y guardar los aparejos. Estaba cansado, sólo deseaba tenderme en mi camastro y dormir bastante, pero antes quería una taza de café bien cargado.
La noche pasó y aquí estoy de nuevo por si pica otro dorado. Nuevamente se inicia la lucha entre el hombre pescador y el pez naturaleza.