Poesía de America
Salvador Dalí
Isla Negra 1975
La sorprendí un día de verano
como un ladronzuelo por la espalda,
cuando apenas salido en la mañana
esbozábase el sol tras la montaña.
Y la vi silenciosa y solitaria,
despojada de tu boina y tus palabras.
En el patio, altos los pinos se mecían
como suave vaivén de su nostalgia,
mientras que de la playa el sonido
vagaba de las rocas a sus ramas.
Isla Negra;
tierra estremecida por tu ansia,
fue tu meta al caminar por otro suelo
y también su ternura fue añoranza.
La contemplé desde allí, triste en su duelo
y no puse clavel rojo en tu memoria,
solamente un puñado de palabras
extraídas del libro de tus versos
y en su cerca tras de mí
dejé una lágrima.
Junto a la Ventana
La tarde azulada
prendida en mi ventana
muriendo silenciosa
preguntó si te extraño.
Le dije a la tarde:
meciendo el recuerdo
no acuno yo su cuerpo.
Contesté sí, la extraño.
Le hablé de mi nostalgia,
de todo este vacío
que me gritan tus cosas
dejadas en los rincones
del cuarto junto al mío.
De cómo de mis brazos
la hija se me ha ido.
De cómo de tu pelo
aroma ya no aspiro.
Le hablé de otros cielos;
de gentes novedosas
donde viven los sueños,
inquietas mariposas.
Le dije: ya mi niña
lejana de mi mano
avanza poderosa
y crecen a su paso
las mieses olorosas.
Le hablé que ese camino
recorro yo en mis noches
y el alba me sorprende
bendiciendo tu nombre.
La tarde que azulada
se desprende en mi ventana
se ha ido silenciosa;
regresará mañana.
El libro de la vida
me marca un nuevo día
y allí quedan mis horas…
Miedo
El cielo tiene miedo de la noche
cuando hace dormir los barcos en los muelles,
como la muerte con su dedo amargo,
hurgando poderosa entre los sueños.
Tiene miedo que ella se eternice
de no reflejar sus soles en el agua.
Miedo que al espacio lo penetre
como araña negra en sus entrañas.
El cielo tiene miedo de la noche
Nocturno
En el rincón
donde la vela encendida
enaltece en la muralla
las figuras,
el verde tibio de los ojos
del felino
va danzando con la llama.
Amapola tardía
(Santiago, Tercer Premio “Los Héroes”)
Dicen que la Geno se murió en el trigal, allá donde rastrojeada. Que la picó la “pallu” la del traste colorado. Que la llevaron al pueblo y al hospital llegó muerta. Eso es lo que dicen.
“Nosotros la queríamos y como niños curiosos esperábamos el final de cada trilla para seguirla tras las alambradas de púas, donde ella, con su eterno pañuelo rojo en la cabeza y una canción en los labios, se doblaba a la faena de recoger una a una las espigas que la guadaña había dejado rezagadas. Nos gustaba ayudarla porque cuando no cantaba, iba narrándonos cosas. Soñábamos con el “pillán”, “la machi” y su “rewe”.
Después, desde los montículos de paja, que eran el lugar preferido de nuestros juegos, la seguíamos mirando, distinguiéndola de lejos por su pañuelo alborotado por el vientecillo que se colaba en el trigal.
_ Parece una amapola _ comentábamos _ pero una amapola tardía.”
Dicen que después de su muerte, todos los campos que ella frecuentó se llenan de flores rojas al final de cada siega, “pero nosotros que estábamos ahí cuando se la llevaron, vimos cómo su pañuelo, olvidado en una cerca, salió volando por el aire y se rompió en mil pedazos salpicando con su color las espigas.
Nosotros, quienes la recordamos cuando asoma el verano y el campo y el sol se funden en el mismo amarillo, no decimos nada, pero cada uno sabe que la Geno está en los trigales esperándonos porque las flores que se abren después que pasa la guadaña son todas ellas la Geno, nuestra amapola tardía.
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