viernes, 23 de marzo de 2007

Flora Quintanilla


Mujer
Kazu sano


La Llave


Esta llave cincelada

que en un tiempo fue colgada

del llavero de mi abuela

en continuo repicar

Inundaba de rumores los vetustos corredores de mi hogar

Esta llave cincelada

si hoy no cierra nada

¡para qué la he de guardar!

Hoy no existe aquel ropero

el gran piano se vendió

sola en un baúl de cuero

desprendida del llavero

esta llave se quedó.

Su torcida arquitectura

es la misma del portal

de mi vieja casa oscura

que en un día de premura

fue preciso vender mal.

Me recuerda mi morada

con su reja y su portal

más si hoy abandonada

ya no cierras

ni abres nada

para qué te he de guardar.



Cobre Viejo


El trencito de trocha angosta se detuvo en una estación desierta, había sólo un hombre con gesto indolente que me dijo: “¿Desea un lugar donde alojar?, mire que por aquí son muy escasos”. “Gracias, iré caminando” respondí.

Era temprano, aún el sol estaba benigno, di una larga mirada al entorno con nostalgia del lugar, fueron tantos años recorriendo el mismo camino.

Esta pampa llena de magia que me embrujó para el resto de mi vida, era como una hembra caliente que nos muestra sus entrañas tentadoras, desarma de día nuestros cuerpos con su tórrido sol, y de noche cala nuestros huesos hasta dejarnos inertes. Pero mi pasión por ella es eterna.

Caminé lentamente rememorando mi antigua rutina. De vez en cuando chuteaba algún guijarro con mis gastados bototos, eran años de añoranza, por fin cumplía mi sueño de regresar a lo que era mío, mi juventud quedó en esas arenas ardientes, la boca de la mina era mi querencia, la miraba desde lejos y ella lascivamente se alejaba. Ni sed sentía a pesar de haber caminado tanto, mi cuerpo y mi alma se alimentaban sólo de recuerdos. La noche fue llegando, me acomodé en un hoyo que hice en la arena; a lo lejos se divisaban muchas lucecitas que parecían luciérnagas, era el siguiente poblado.

Me acurruqué sonriendo a pesar del frío, fingí estar en la taberna de Severino, un lugar bullente lleno de putas alegres y vistosas, donde el trago corre de boca en boca en medio de las carcajadas de esos hombres rudos que mataban así su soledad. Eso sentía al tener los ojos cerrados, al abrirlos veía esa luna inmensa que abraza la tierra, ella y la arena eran mi única compañía, no sé si despertaré de ese sopor que me está invadiendo, no sé si alguien reconocerá al Juanjo de antaño, ese hombre de piel reseca color cobre viejo. ¡Quizás tenga algún amigo aún en estas tierras!

Deseaba tanto hacer este viaje, mirar de nuevo este inmenso mar de arenas, tirarme de espalda de noche y contemplar ese cielo tachonado de millones de ojitos brillantes que me guiñaban como invitando a que levantara el brazo y las cojera.

Sentí que la angustia estaba tomando cuenta de mí y reaccioné, me puse de pie y levantando mis brazos como para abarcar todo el universo grité a todo pulmón: “¡Quiero vivir, quiero vivir!

Sólo la soledad me escuchó.



Insondable

Abrí los ojos, mi reloj biológico me indicaba que eran las cuatro de la madrugada, me levanté tan raudo como mi cuerpo ya viejo me lo permitía. No tengo memoria de cuantos años hacía esta rutina, sabía que mi noble bote esperaba en la playa. Recogí mis aparejos, la red, los sebos y sedales, todo en mi raída bolsa. El mástil lo cargué sobre mi hombro. Comida no llevaba, hace días que no tengo hambre, sólo llevo una botella de agua, si siento apetito comeré un pez volador de esos que se enredan en el mástil.

Caminé por la senda oscura que conocía de memoria, la que me llevaría a la playa. Al llegar otros pescadores se preparaban, lo percibía por su conversación, sólo la claridad de la luna y el rítmico batir de los remos en el agua los identificaba en la oscuridad.

Empujé el bote, me lancé arriba con dificultad, coloqué el mástil, necesitaba mucho a mi ayudante, pero él estaba enfermo. Casi a ciegas cogí los remos, mi vista estaba fallando, la luz de la linterna no era suficiente, pero el mar insondable que tanto amo me esperaba. Me encomendé a Dios y partí.

Debía recorrer varias millas hacia el oeste para llegar al lugar en que se juntaban los cardúmenes, era una pequeña isla en medio del océano formada por rocas lineales que emergían del fondo, allí esperaba encontrar un pez grande como el día anterior.

Remé largo rato con fuerza para ganar espacio, luego me relajé, quería saborear la brisa fresca y salobre del amanecer, sentir el limpio olor natural del océano, disfrutar de esa paz que tan bien me hacía. Lentamente todo se fue iluminando con la tenue luz de un bello amanecer. La luna desapareció detrás de una cortina de nubes, la noche parecía una alfombra de terciopelo. Con la claridad podía ver mejor y distinguir dónde estaban los cardúmenes, debía tirar los sebos y estar alerta por si picaba algún grandote.

El sol tímidamente iluminó el mar, luego se afincó y sentí calor. A lo lejos otros pescadores hacían su faena. Mis manos estaban entumecidas y con algunas llagas por el esfuerzo del día anterior, cuando un dorado inmenso picó dándome un gran tirón. Le di sedal, por algún tiempo fue él quien dirigió el bote tratando de evitarlo. Disparar mi arpón. Fueron minutos excitantes hasta que logré subirlo al bote. Él aún se defendía dando grandes coletazos.

En la playa esperaba mi ayudante quien me ayudó a bajarlo y guardar los aparejos. Estaba cansado, sólo deseaba tenderme en mi camastro y dormir bastante, pero antes quería una taza de café bien cargado.

La noche pasó y aquí estoy de nuevo por si pica otro dorado. Nuevamente se inicia la lucha entre el hombre pescador y el pez naturaleza.



No hay comentarios:

Tareas

Estimados integrantes de La Mampara, necesito que cada uno de ustedes me haga llegar: 1.- El nombre de su cantante favorito y ojalá la canción que de él más les guste. 2.- Un texto que sirva de prólogo para su libro personal, texto que sirva como presentación para cada una de sus obras. A la espera de sus trabajos, me despido y apago la luz por hoy. La señorita profesora, María Alicia